Courtois vestido de santo

El Real Madrid cayó anoche por 1-0 en un partido en el que apenas compitió, desbordado por la intensidad del rival y falto de ideas desde el primer minuto. Pero si el marcador no fue más abultado, fue única y exclusivamente por un hombre: Thibaut Courtois vestido de santo. El belga volvió a ser ese muro que tantas veces ha sostenido al equipo en sus peores noches.

El asedio fue constante. El rival llegó una y otra vez, con disparos desde fuera, centros venenosos y ocasiones claras. Y Courtois, como tantas otras veces, se hizo enorme. Salvó tres goles cantados en la primera parte, con reflejos felinos y una serenidad impropia del caos que le rodeaba. Cuando todo se tambaleaba, él mantenía la calma.

Su parada a bocajarro en el minuto 37 fue un milagro; su vuelo a la escuadra en el 62, una postal de campeón. Pero por más que volara, el muro acabó cediendo. Una falta mal defendida, una marca perdida, y el 1-0 que castigó a un Madrid desbordado. Courtois no pudo hacer más: había hecho todo.

Lo que preocupa no es su nivel, sino que sea siempre el último en pie. El Real Madrid lleva demasiado tiempo viviendo de las manos de Courtois. Cuando el equipo se rompe, cuando el centro del campo desaparece y la defensa no responde, el belga siempre está ahí para maquillar la caída. Pero anoche ni siquiera su exhibición bastó para esconder las carencias colectivas.

Mientras sus compañeros bajaban la cabeza, Courtois mantenía la mirada firme. Se le vio gritar, ordenar, animar. No se resignó ni un segundo. Esa actitud, en medio del desastre, lo dice todo. Fue el único que pareció entender el peso del escudo.

El Madrid perdió, sí. Pero sin Courtois, habría sido una goleada. Y eso, aunque duela, resume perfectamente el estado actual del equipo: cuando tu portero es tu mejor jugador cada noche, algo está fallando arriba. Aún así, Courtois vestido de santo, hace que el Real Madrid no se desmorone.

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Alejandro Sánchez

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